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SUGEYSTIVA| Cuidar tu mente: un acto de humanidad.

Por Diana Sugey Medoza.-

En la actualidad, constantemente escuchamos el termino Salud Mental, y si me preguntan debería invitarnos a mirar hacia dentro. A detenernos por un momento en medio del ruido cotidiano para preguntarnos: ¿cómo estoy realmente? ¿Qué lugar ocupa mi bienestar emocional en mi vida?

Vivimos en una época paradójica. Nunca habíamos tenido tanto acceso a la información sobre salud mental, sabemos qué es la ansiedad, la depresión, el estrés, la frustración, pero rara vez nos detenemos a sentirlas con profundidad. Las nombramos, pero no las habitamos. Y eso es parte del problema: hemos convertido las emociones en conceptos, cuando en realidad son experiencias vivas que necesitan ser reconocidas y comprendidas.

En nuestra cultura, la vulnerabilidad suele interpretarse como debilidad. Nos enseñaron que “estar bien” es sonreír, ser productivos, aparentar control. Pero la salud mental no se construye desde la apariencia, sino desde la autenticidad.
Y en ese sentido, cuidar la mente no significa eliminar el dolor, sino aprender a escucharlo sin miedo. El malestar no siempre es enemigo; a veces es una señal de que algo en nuestra vida necesita ser atendido, cambiado, transformado.

Todavía existen muchos mitos que limitan la búsqueda de ayuda.
Se piensa que acudir al psicólogo es señal de locura, que quien necesita terapia “no puede solo”, o que hablar de las emociones es perder el control. Pero, ¿y si en realidad fuera al revés?
¿Y si buscar apoyo fuera el signo más claro de fortaleza interior?
¿Y si hablar de lo que duele fuera, justamente, la forma más humana de sanar?

La terapia no es un lugar donde “te arreglan”. Es un espacio donde aprendes a comprenderte, reconciliarte contigo y desarrollar nuevas formas de estar en el mundo. Es un acompañamiento que te permite ver con otros ojos aquello que antes solo dolía. Y cuando logras eso, algo cambia: ya no solo sobrevives, sino que comienzas a vivir con mayor consciencia.

Cuidar la salud mental es, en el fondo, un acto filosófico: es detenerse a pensar en quiénes somos, qué sentido tiene lo que hacemos, qué nos sostiene cuando todo se tambalea. Es recordarnos que la mente no es una máquina que se repara, sino un territorio vivo que se cultiva día a día con descanso, vínculos sanos, propósito y autocompasión.

Vale la pena cuestionarnos: ¿cuántas veces al día me escucho de verdad? ¿Cuánto tiempo dedico a cuidar lo invisible, lo que no se nota, pero determina todo lo demás?

Porque cuidar la mente es cuidar la vida.
Y reconocer que necesitamos ayuda no nos hace menos… nos hace profundamente humanos.