Por Enrique Corrales.-
Hay espectáculos lamentables y hay actos de digna defensa. Lo que sucedió hoy en la Cámara de Senadores, protagonizado por el dirigente nacional del PRI, Alejandro “Alito” Moreno, y el legislador Gerardo Fernández Noroña, pertenece a lo segundo. Por fin, alguien en la arena política se paró firme y le puso un alto al que por años ha sido el bully de la prepa, un provocador profesional que ha fincado su carrera no en el debate de ideas, sino en el insulto, el show y la agresión.
Para entender la explosión, hay que conocer la mecha que la encendió. Hoy en el Senado había un orden del día aprobado, un acuerdo entre fuerzas políticas. Sin embargo, minutos antes de llegar al punto donde la oposición fijaría su postura, Morena, en un acto de chicanería parlamentaria, lo cambió a su conveniencia. ¿El objetivo? El de siempre: callar, censurar y evitar que las voces disidentes se escucharan. Su obligación era dar la palabra, pero optaron por la cobardía del silencio impuesto.
Esa trampa, ese desprecio por la democracia parlamentaria, provocó lo que vino después. Que nadie se confunda por la propaganda oficialista: la primera agresión física, el primer acto de violencia, vino de Noroña. Según relató el propio Moreno, fue el legislador Morenista quien lanzó el primer empujón, exhibiendo en un solo movimiento su bajeza y su miedo al debate frontal. Morena rompió el acuerdo y su alfil más estridente rompió el decoro.
La carrera política de Fernández Noroña está construida sobre la provocación. Su estilo no es el de un parlamentario, sino el de un rufián que busca notoriedad a través del escándalo. Pero una cosa es encarar a un anciano honorable como Porfirio Muñoz Ledo, o agredir verbalmente a una mujer como la senadora Lily Téllez, y otra muy distinta es toparse de frente con alguien que no está dispuesto a soportar sus bravuconadas. El acto de Alito Moreno demuestra el carácter necesario para poner en su lugar a quien solo conoce el lenguaje de la intimidación.
Lo que pasó hoy no es un hecho aislado. Es el reflejo de una estrategia sistemática de Morena para imponer su voluntad a través del control y el silencio. Usan a sus peones más serviles, como Fernández Noroña, para ejecutar el trabajo sucio con gritos, trampas y, ahora vemos, violencia física. Creen que con el poder en sus manos pueden avasallar a cualquiera.
Pero conmigo se equivocan. Yo no me doblo, no me rajo y no me dejo”, sentenció Alito Moreno, y sus palabras resuenan como un manifiesto de resistencia. Mientras el aparato del Estado ha sido usado para perseguirlo por alzar la voz, él responde de frente. Cuando Noroña cruzó la línea, sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Son muy machitos cuando tienen el poder, pero se achican cuando alguien les responde con la misma firmeza.
La respuesta de Moreno es una señal clara: ¡Al PRI se le respeta! Y por esa defensa de la dignidad, hoy Alitome representa y cuenta con mi apoyo como mexicano. No se trata de aplaudir la violencia, sino de entender que la defensa ante el abuso es una obligación.
Que lo escuche bien el oficialismo: el PRI no se va a quedar callado ni de brazos cruzados. La afrenta en el Senado es la gota que derrama el vaso. Como anunció su dirigente, es hora de salir a las calles, de tomar a México con la fuerza de su gente para exigirle a este gobierno cínico y corrupto que detenga sus abusos. Es hora de demostrarle al poder que no pueden callar ni al PRI ni al pueblo de México. Hoy, alguien frenó en seco al bully. Mañana, millones de mexicanos frenaremos el autoritarismo.