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ÁGORA| Sin soberanía alimentaria, no hay soberanía nacional.

Por Enrique Corrales.-

Hay dos maneras de perder la soberanía: una es a través de la invasión y la otra, más silenciosa pero igual de letal, es a través de la dependencia. Mientras el debate público en México se pierde en el ruido de la politiquería cotidiana, el gobierno de la Cuarta Transformación está entregando, hectárea por hectárea, la soberanía más elemental de todas: nuestra capacidad para alimentarnos.

Para entender la magnitud de nuestra ceguera, basta con mirar al norte. No con afán de copia, sino con la frialdad analítica de quien estudia a un competidor. Un revelador documental, “The G Word”, expone cómo el gobierno de Estados Unidos concibió su política agrícola no como un simple apoyo al campo, sino como una de sus más poderosas herramientas de seguridad nacional. Su doctrina es la “abundancia deliberada”: una sobreproducción masiva y subsidiada de granos que se convierte en un arma de tres filos.

El primer filo es la estabilidad interna. Al inundar su mercado con maíz, trigo y lácteos baratos —llegando al extremo de promover pizzas con extra queso para deshacerse de excedentes de leche—, garantizan la paz social. Una población con el estómago lleno no sale a las calles.

El segundo filo es el dominio económico global. Sus subsidios les permiten exportar granos por debajo del costo real de producción, creando una competencia desleal que saca del juego a nuestros agricultores y nos hace adictos a sus cosechas.

El tercer filo, el más afilado, es el poder geopolítico. El alimento se vuelve una herramienta de negociación. Hoy te vendo barato, mañana te pido un favor político. Quien controla la despensa, controla la agenda. Esto no es una teoría; es una estrategia activa. Este mismo mes, su Departamento de Agricultura (USDA) reafirma su visión con programas multimillonarios para expandir sus exportaciones y proteger sus tierras bajo el lema: “La Seguridad Agrícola es Seguridad Nacional”.

Ahora, volteemos a ver el desolador panorama mexicano. Aquí, el gobierno actual y su predecesor nos recitan un mantra de “autosuficiencia alimentaria”, pero sus acciones son una oda a la dependencia. La política de la Cuarta Transformación ha sido la del desmantelamiento. Con el pretexto de combatir la corrupción, han demolido las estructuras que, con todos sus defectos, sostenían la productividad del campo.

Aniquilaron la Financiera Nacional de Desarrollo, dejando sin crédito al productor. Borraron los apoyos a la comercialización. Y ahora, el golpe de gracia: el proyecto de presupuesto para el próximo año contempla un recorte brutal del 27% al SENASICA, nuestro escudo sanitario, el organismo que garantiza la calidad de lo que comemos y la competitividad de lo que exportamos. Es el equivalente a despedir a los guardias de la muralla en medio de un asedio.

Las cifras exponen la traición: México, la cuna del maíz, está en camino de importar una cifra récord de casi 25 millones de toneladas en 2025. Ya no somos autosuficientes; somos el cliente número uno del mundo del maíz estadounidense. Cada tortilla que comemos lleva implícita una advertencia sobre nuestra creciente vulnerabilidad.

El contraste es dramático y define dos visiones de nación. Mientras Estados Unidos trata a sus agricultores como un ejército estratégico y a su producción de alimentos como un arsenal, México trata a los suyos como una carga presupuestaria y a la soberanía alimentaria como una frase de propaganda. Estamos eligiendo, conscientemente, ser vulnerables. Estamos apostando nuestro futuro a que la despensa del vecino siempre estará llena y su puerta siempre abierta. Es una apuesta ingenua y peligrosa.

Urge un golpe de timón. México necesita dejar de pensar en términos de “apoyos” y empezar a pensar en términos de “inversión estratégica”. Necesitamos una nueva Doctrina de Seguridad Agroalimentaria, una política de Estado transexenal que entienda que cada peso invertido en tecnología, en sistemas de riego, en financiamiento y en logística para el campo, es un peso invertido en la verdadera independencia de México.

La mesa está puesta. De un lado, la estrategia, la visión y el poder. Del otro, la improvisación, la ideología y una soberanía que se nos escurre entre los dedos. La pregunta ya no es si el campo puede esperar, sino cuánto tiempo más puede esperar México antes de que sea demasiado tarde.