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Por Yamir de Jesús Valdez Álvarez.-

En política, los equilibrios rara vez son producto de la casualidad. Lo que ocurre en el Congreso mexicano con Ricardo Monreal y Adán Augusto López no es la excepción. Ambos llegan a septiembre con un capital político mermado, señalados por escándalos mediáticos y por acusaciones que en cualquier otra coyuntura hubieran sido suficientes para desplazarlos. Sin embargo, contra todo pronóstico, se mantienen firmes al frente de las bancadas de Morena. La paradoja es que esta aparente fragilidad podría convertirse en una ventaja estratégica para Claudia Sheinbaum.

En el caso de Ricardo Monreal, el desgaste es evidente. Las imágenes de sus vacaciones en España, con desayunos en hoteles de lujo y justificaciones mal ensayadas, le dejaron una cicatriz mediática que difícilmente sanará en el corto plazo. Monreal, que alguna vez fue visto como un operador fino y experimentado, aparece ahora como un político que subestima a la opinión pública. Y en tiempos donde el discurso oficial insiste en la austeridad republicana, la frivolidad pesa más que el oro. Aun así, su permanencia como coordinador en la Cámara de Diputados responde a la utilidad que representa para Morena. Es un hábil negociador, con puentes tendidos hacia la oposición y la experiencia necesaria para contener embates legislativos. La 4T, en su pragmatismo, tolera los excesos de Monreal porque en la balanza pesan más sus capacidades de operación que el desgaste de su imagen.

El caso de Adán Augusto López es distinto, pero no menos complejo. Los señalamientos de vínculos en su entorno político con el Cártel de la Barredora colocaron a la bancada de Morena en el Senado bajo un reflector incómodo. Aunque no se trata de acusaciones directas contra él, el simple hecho de que su círculo cercano aparezca en expedientes judiciales erosiona su autoridad moral. El gobierno ha cerrado filas, evitando un linchamiento político que podría debilitar no solo a Adán Augusto, sino también a la capacidad de control de Morena en la cámara alta. No obstante, este blindaje tiene un costo: su figura queda marcada por la sospecha, lo que reduce su margen de maniobra y lo obliga a ejercer un liderazgo bajo tutela.

Ambos personajes encabezan las bancadas mayoritarias en un momento decisivo. El periodo legislativo que inicia el 1 de septiembre será el escenario donde se definan las grandes reformas impulsadas por la presidenta Claudia Sheinbaum: electoral, judicial y energética, entre otras. Y en este contexto, Monreal y Adán se convierten en engranajes indispensables para lubricar la maquinaria legislativa. Pero su permanencia no solo asegura disciplina en las votaciones; también condiciona la correlación de fuerzas internas. Mientras ambos se desgastan en la opinión pública, Sheinbaum gana margen de maniobra. Ellos asumen el costo de la exposición, ella recoge el beneficio de un Congreso alineado a su agenda.

En la narrativa pública, los escándalos suelen traducirse en debilitamiento. Pero en la lógica del poder, la fragilidad de los operadores puede ser funcional. Sheinbaum lo sabe: un Monreal cuestionado y un Adán acotado son coordinadores más dependientes de la línea presidencial. La lealtad se refuerza cuando la legitimidad personal se reduce. Es cierto que Morena arriesga capital simbólico al sostener a dos figuras con credibilidad disminuida, pero también consolida una estructura de mando clara: Sheinbaum al frente, con operadores cuya permanencia depende directamente de ella. La presidenta puede entonces marcar la ruta sin enfrentar resistencias internas de peso.

Lo más revelador es la incapacidad de la oposición para capitalizar este desgaste. Monreal y Adán cargan con pasivos políticos evidentes, pero ningún bloque opositor ha sabido traducirlos en una estrategia de presión eficaz. Sus críticas se diluyen en redes sociales o en declaraciones aisladas, sin articular una narrativa que conecte con el malestar ciudadano. La consecuencia es que los escándalos, lejos de debilitar a Sheinbaum, refuerzan su posición. En un escenario donde la oposición no logra incidir, el desgaste de sus operadores legislativos se convierte en desgaste administrable.

El arranque del nuevo periodo legislativo pondrá a prueba este equilibrio. Si Monreal y Adán logran cumplir con la tarea de mantener cohesionada a la mayoría y sacar adelante las reformas, sus cuestionamientos pasarán a segundo plano. Pero si las fracturas internas se agudizan o la oposición logra capitalizar el malestar, Sheinbaum podría verse obligada a reajustar piezas. Por ahora, la ecuación le favorece: tiene un Congreso bajo control, operadores que cargan con los golpes y la posibilidad de avanzar con una agenda que busca dejar huella en la estructura del Estado.

En política, como en el ajedrez, no siempre gana el jugador con piezas más fuertes, sino aquel que sabe mover las más desgastadas con inteligencia. Sheinbaum parece haber entendido que el desgaste de Monreal y Adán no es un lastre, sino una ventaja.