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CAJA POLÍTICA| En busca del Culiacán que soñamos.

Por Yamir de Jesús Valdez.-

Hoy Culiacán cumple 494 años. Detrás de casi cinco siglos se esconde una historia compleja, hecha de episodios de grandeza y momentos de dolor. Quienes habitamos esta tierra sabemos que no todo ha sido bonanza ni todo ha sido tragedia. El problema es que en estos tiempos la balanza parece inclinarse más hacia las sombras. Sin embargo, pese a las dificultades, la memoria colectiva se aferra a seguir construyendo el Culiacán que soñamos, con la fuerza de nuestra cultura, el empuje de nuestra gente y el orgullo de pertenecer a esta tierra bañada por ríos, rodeada de montañas y cargada de símbolos de identidad.

Los ciudadanos no somos ajenos a la realidad que nos toca vivir. A más de un año de violencia intensa en la capital sinaloense, seguimos de pie, aunque con cicatrices que no siempre se ven. La violencia dejó de ser una estadística fría para convertirse en un fenómeno que atraviesa la vida cotidiana. Nadie se ha salvado, a todos nos ha tocado directa o indirectamente sentir sus efectos, en la familia, en los amigos, en la escuela o en el trabajo. Basta con leer los diarios o consultar las noticias en internet: en Culiacán se ha roto la rutina y ya no existe un solo ámbito blindado contra el miedo.

El problema es que, pese a esa realidad, la vida no se detiene. Y en esa inercia de seguir adelante surge una pregunta incómoda pero necesaria. ¿Es esto una carrera de resistencia? Porque pareciera que mientras las autoridades se debaten entre diagnósticos y promesas, somos los ciudadanos los que cargamos con el peso de sostener la esperanza. El reloj sigue su marcha y las respuestas institucionales no llegan con la velocidad ni la contundencia que exige la situación. La gente entonces recurre a lo único que le queda, la fe, la esperanza y el amor por esta tierra.

Los culichis hemos aprendido a sobrevivir en medio de la adversidad. El comercio no se detiene, las aulas siguen abiertas, las familias encuentran motivos para reunirse. Pero hay un vacío que duele. Los espacios culturales deberían lucir llenos, sin embargo hoy se sienten abandonados, como si la violencia también hubiera logrado apagar esa parte esencial de nuestra vida comunitaria. Esa ausencia es un recordatorio de que aún falta mucho por reconstruir.

No obstante, sería un error romantizar el aguante. Resistir no puede ser el único proyecto. El sueño de un mejor Culiacán no puede reducirse a soportar el peso de los problemas mientras pasa el tiempo. La resistencia debe ser el punto de partida hacia una transformación más profunda, una que no dependa solo de los ciudadanos, sino también de instituciones que estén a la altura de las circunstancias. Porque no basta con aplaudir la valentía de la sociedad si los gobiernos no cumplen con su tarea de garantizar justicia y paz.

Hoy, en el aniversario 494 de la fundación de esta ciudad, la reflexión es obligada. Culiacán no puede resignarse a ser un lugar donde la violencia marque la agenda diaria. El sueño colectivo debe ser el de un municipio donde las nuevas generaciones crezcan sin miedo, donde la riqueza cultural se convierta en motor de desarrollo, donde la educación y la justicia se traduzcan en oportunidades reales para todos. No es una quimera, es una exigencia legítima de una sociedad que ya ha dado demasiadas pruebas de paciencia y resistencia.

La pregunta que queda en el aire es si las autoridades estarán dispuestas a asumir su papel con la misma entereza con la que los culichis enfrentan el día a día. Porque mientras el ciudadano común trabaja, estudia, emprende, cría a sus hijos y honra sus tradiciones, los responsables de gobernar parecen atrapados en la lógica de la inercia y la justificación. El contraste duele, pero también enciende la convicción de que no podemos quedarnos cruzados de brazos.

Culiacán merece más que sobrevivir, merece vivir con dignidad. Hoy, que cumple 494 años, es necesario recordar que no todo está perdido, que los sueños siguen intactos a pesar de las heridas. La fuerza de nuestra gente ha demostrado que ni la violencia ni el miedo son capaces de arrancar de raíz el amor por esta tierra. Ese amor, convertido en acción, es lo que tarde o temprano deberá transformar la ciudad.

Mientras tanto, seguimos en pie, abrazados a la fe y a la esperanza. Resistiendo, sí, pero también soñando. Porque resistir sin soñar sería aceptar la derrota, y los culichis hemos demostrado que no sabemos rendirnos. El Culiacán que soñamos todavía está ahí, esperándonos en el horizonte, llamándonos a no claudicar. Y en esa búsqueda tal vez se encuentre el verdadero sentido de estos 494 años de historia.

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