Por Yamir de Jesús Valdez.-
Por más que el comunicado haya venido envuelto en palabras conciliadoras, lo cierto es que el paso que dio ayer la senadora Imelda Castro fue cualquier cosa menos neutral. Declinar la posibilidad de presidir la Mesa Directiva del Senado no es una pausa ni un acto de humildad institucional. Es una jugada política de gran calado. Un movimiento directo, con brújula clara, hacia el 2027.
“Estar cerca de la gente significa más que un principio: es una práctica cotidiana. Significa escuchar, rendir cuentas y caminar al lado de quienes hacen posible la transformación desde sus barrios, comunidades y ejidos”, escribió Imelda en su desplegado. Un lenguaje cuidadoso, casi pastoral, que habla de territorio, de transformación y de una decisión nacida —supuestamente— de la reflexión.
La senadora se baja de la presidencia de la Cámara Alta. Y lo hace no porque falte capacidad, sino porque sobra visión. Presidir el Senado la habría proyectado a nivel nacional, sí, pero también la habría alejado del objetivo que parece tener bien trazado: competir por la gubernatura de Sinaloa.
La clave está en los tiempos. Menos de veinte días antes, el gobernador Rubén Rocha Moya le lanzó, desde el escenario del informe y toma de protesta del rector de la UAS, una frase cargada de mensaje político:
“Mi compañera de fórmula, la senadora, nada más que me dejó en el camino, y luego la agarró por su cuenta, y es la segunda que va. Pero además, como que no te veo muchas ganas de terminar de senadora, pero bueno, tú sabrás qué haces.”
No fue un reclamo casual. Fue un deslinde. Imelda Castro, aunque alguna vez compartió fórmula con Rocha, hoy no forma parte del círculo compacto del gobernador. Y lo sabe. Por eso, en lugar de quedarse a esperar una línea que no vendrá, decidió marcar territorio con autonomía.
Y lo hizo justo cuando más contaba. Porque, de acuerdo con la encuesta de Massive Caller realizada en abril de 2025, Imelda aparece como la figura mejor posicionada dentro de Morena para la gubernatura. Tiene ventaja en reconocimiento, en trayectoria y en redes políticas.
Además, no llega sola. Forma parte del Movimiento Nacional por la Esperanza, liderado por René Bejarano, con quien la presidenta Claudia Sheinbaum mantiene una relación política de alianza. Si la decisión recayera exclusivamente en ella, es claro que Imelda sería la candidata.
Pero ese “si” es grande. Porque, aunque Sheinbaum sea la presidenta, Andrés Manuel López Obrador manda. Incluso en “retiro”, el expresidente conserva influencia directa sobre las decisiones estratégicas del partido y de las cámaras legislativas. Y si hay algo que no ha cambiado, es que la última palabra sigue teniendo acento tabasqueño.
Por eso, la jugada de Imelda es aún más audaz. En vez de esperar definiciones o líneas desde el Tercer Piso del Palacio de Gobierno de Sinaloa, ella eligió hacer lo suyo: bajarse de un cargo nacional para intensificar su presencia local.
Ahora bien, tampoco hay que dejarse llevar del todo por el discurso. Hablar de estar con la gente, del compromiso territorial y del trabajo por la paz suena bien —sobre todo en comunicados—, pero plantea una duda razonable: ¿no podía hacer todo eso como presidenta del Senado? ¿De verdad no hay forma de rendir cuentas y escuchar desde un escaño alto?
La respuesta no está en la lógica institucional, sino en la lógica electoral. Y en eso, Imelda Castro juega con oficio. Construye desde ya una imagen de cercanía, congruencia y trabajo de base. Está armando una “pre-precampaña anticipada”, sin decirlo así.
Por supuesto, no está sola en la pista. Enrique Inzunza Cázarez, hoy también senador y antes secretario general de Gobierno de Rocha, aparece como una carta fuerte dentro de Morena. Es un perfil disciplinado, técnico. Un posible candidato. A él se suman la presidenta de la JUCOPO en el Congreso local, la diputada María Teresa Guerra Ochoa, y el presidente municipal de Culiacán, Juan de Dios Gámez Mendívil, ahijado del gobernador.
Pero Imelda decidió adelantarse. Se movió primero. Con un comunicado breve, desplazó la discusión interna y se colocó en la conversación pública. No pidió permiso. Tampoco esperó consuelo. Hizo política.
¿Será la elegida? Eso aún está por verse. Habrá encuestas —de dudosa legitimidad, como suele pasar— y múltiples factores en juego. Pero si algo ha quedado claro es que Imelda Castro no esperará instrucciones para competir. Ya se subió al juego mayor.
Ella dijo: “el territorio nos llama”. Y nadie duda que haya escuchado el llamado. La duda es si ese llamado será suficiente cuando los verdaderos operadores de Morena decidan el rumbo. En ese partido, más que en cualquier otro, la línea final no se decide en encuestas, ni siquiera en los estados. Se dicta desde Palenque.
Aun así, la senadora ya está en campaña. La veremos en comunidades, en encuentros ciudadanos, en redes y medios. Todo bajo el discurso de paz, justicia y transformación. Legítimo. Eficaz. Pero también estratégico.
En política, quien se mueve, se muestra. Y quien se muestra, se juega. Imelda ya lo hizo. Ahora falta ver si el movimiento alcanza para que, en 2027, no solo responda al llamado del territorio, sino que lo gobierne.