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| El Conocimiento es poder.

Por Yamir de Jesús Valdez.-

En un país donde la congruencia política es una especie en peligro de extinción, la presidenta Claudia Sheinbaum ha salido a recordarle a los suyos que no se les olvide aquello de vivir en la “justa medianía”. Esa fórmula mágica que invoca las esencias juaristas y que, a falta de otra brújula ética, parece ser el único GPS ideológico disponible para Morena: “no robes, no traiciones y, por favor, no presumas tus vacaciones”.

Y es que, en los últimos días, varios prominentes miembros del movimiento de la transformación han sido sorprendidos en actitudes francamente inaceptables… no porque sean ilegales, claro, sino porque hacen ver que el discurso ya no les ajusta al traje.

Ahí está Ricardo Monreal, quien no conforme con pasearse en helicópteros como si fueran Uber Black, ahora fue visto degustando la vida en el restaurante del hotel Rosewood Villa Magna, uno de esos lugares donde el pan cuesta más que un salario mínimo. Dicen que sólo desayunó ahí, como si los huevos rancheros tuvieran ideología.

Pero no fue el único. Mario Delgado, flamante secretario de Educación, apareció en Portugal. ¿Acaso buscaba inspiración pedagógica entre los azulejos de Lisboa? Tal vez. El diputado Enrique Vázquez eligió España para reflexionar sobre la transformación. Y en un salto cuántico de congruencia, Andrés Manuel López Beltrán —mejor conocido como Andy— y Daniel Asaf decidieron irse hasta Japón, quizá para verificar si los bullet trains son compatibles con la austeridad republicana.

Como era de esperarse, la presidenta Sheinbaum reaccionó. No con un “ya chole” ni con un “yo tengo otros datos”, sino con una llamada de atención. Recordó que en su movimiento se viene a servir, no a servirse. Que el poder debe ejercerse con humildad. Y que hay que vivir en la justa medianía, no en la suite imperial.

Ahora bien, esta noción de justa medianía ha sido tan manoseada como la bandera nacional en tiempos de campaña. Porque, vamos, ¿qué significa exactamente “medianía”? ¿El Airbnb con vista al metro en vez del hotel de cinco estrellas? ¿Comer en fonda, pero con vino caro? ¿Viajar a Europa, pero en clase turista con escala en Estambul?

Para resolver estas inquietudes existenciales, apareció el siempre locuaz Gerardo Fernández Noroña, quien nos iluminó con su tesis: criticar a Andy por sus vacaciones es “clasismo, racismo e hipocresía”. Y ya encarrerado, preguntó si ahora les pasarán “la lista de en qué hoteles podemos estar y en cuáles no”. Una pregunta legítima. Porque, claro, si uno paga sus lujos con su dinero (o el de algún amigo generoso), ¿por qué habría de pedir disculpas?

Pero aquí no estamos hablando de si pueden o no pueden. Pueden. El tema es si deben. Porque resulta que cuando te vendes como la antítesis del pasado corrupto y fatuo, tus estándares no son sólo contables, son simbólicos. No basta con “no robar”, también hay que parecer honesto. Y, sobre todo, parecer distinto.

Porque, seamos sinceros, en los tiempos del PRI y del PAN, los funcionarios también viajaban en primera clase y comían en restaurantes caros. Pero nadie les exigía congruencia ideológica, porque no se presentaban como santos de la transformación. Eran cínicos, sí, pero honestos en su cinismo. En cambio, los de hoy quieren ser santos, mártires y paseantes de lujo… todo al mismo tiempo.

Y esa disonancia es la que molesta. El discurso moralizante se desdibuja cuando el hijo del expresidente se hospeda en Tokio en hoteles que ni en sus mejores sueños podría pagar el promedio de los mexicanos. Más aún cuando el mismo presidente que tanto predicó sobre la pobreza franciscana se retiró a un rancho con escolta militar, mientras su hijo mayor escala el Everest de la buena vida.

Eso sí, la defensa oficialista nunca decepciona. “¡Nos critican porque les duele que ya no robamos!”, repiten como mantra. Pero a fuerza de repetirlo, el argumento ya no tiene filo. Porque si bien los de antes robaban a manos llenas, eso no exime a los de ahora de vivir con decoro. El “y tú más” es un consuelo pobre para un movimiento que se decía moralmente superior.

Y ni hablar del combustible. Los huachicoleros siguen operando, los desfalcos siguen sumando miles de millones, y los carteles no se han ido de vacaciones. Así que eso de que “ahora no se roba” también necesita, por lo menos, una revisión de cifras.

No se trata de que nuestros políticos no viajen, no disfruten, no salgan del país. Se trata de que, si van a predicar con el ejemplo, pues lo hagan también cuando se trata del turismo de verano. Porque no puedes decir que representas al pueblo y después desaparecer entre las nieves de Kioto o las tapas de Madrid.

Y es que, al final, la justa medianía no es una dieta, ni una reserva hotelera. Es un ideal, una narrativa, una bandera que, cuando se ondea de más, se deshilacha con facilidad.

Por eso, bien harían en escuchar a la presidenta. Que viajen, sí, pero con humildad. Que gocen, sí, pero sin presumir. Que gasten, si quieren, pero sin olvidar que la transformación —como la fe— se ejerce en lo privado, pero se juzga en lo público.

Y si no pueden evitar la tentación del lujo, al menos háganlo en silencio. Porque de tanto repetir que el poder es para servir al pueblo, uno pensaría que el pueblo es el que debería estar paseando por Tokio.