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| El Conocimiento es poder.

Por Yamir de Jesús Valdez Álvarez.-

En la política, la línea entre la defensa partidista y la responsabilidad institucional suele difuminarse con facilidad. Sin embargo, el caso de Hernán Bermúdez Requena —exsecretario de Seguridad Pública de Tabasco, señalado como jefe del grupo delictivo La Barredora— desafía esa vieja costumbre de culpar a “la derecha”, a “los conservadores” o a “la mafia del poder” cada vez que estalla un escándalo. Esta vez, no hay margen para culpar a la oposición. No fue el PAN, ni el PRI, ni Movimiento Ciudadano. Quien lo denunció fue el Ejército. Quien lo repudió públicamente fue el propio gobierno de Tabasco. Y quien lo calificó como parte de una estructura de “pudrición” institucional fue, nada más y nada menos, el secretario de Gobierno del estado, José Ramiro López Obrador.

Esto último es crucial no solo por el cargo que ocupa, sino por lo que representa políticamente: un deslinde desde las entrañas del poder local y del propio movimiento. Se trata, pues, de una señal de que el problema no puede seguirse barriendo debajo de la alfombra.

Y sin embargo, el partido en el poder parece estar bailando en la cuerda floja. Mientras se anuncian procedimientos de expulsión contra Bermúdez, también se agita el discurso de “cerrar filas” y “no dividir al movimiento”. En el más reciente Consejo Nacional de Morena se lanzó la consigna de que ningún militante está por encima del partido. Pero en la práctica, esa afirmación está por verse.

Porque el problema no es solo Bermúdez. El problema es lo que representa: una figura con credencial morenista, colocada en uno de los cargos más sensibles en materia de seguridad pública, hoy vinculada por la Secretaría de la Defensa Nacional con una organización criminal. Y el problema es aún más grave porque se trata de un estado gobernado por Morena, donde las acusaciones surgen desde el propio aparato estatal. ¿Cuántos más hay como Bermúdez que todavía no han sido expuestos?

Lo que está en juego no es solo la credibilidad de un partido, sino la legitimidad del proyecto de gobierno que dice tener como objetivo la regeneración de la vida pública. Morena no puede decir que se trata de una persecución política ni que los adversarios están exagerando. Los adversarios, esta vez, ni siquiera hablaron. El fuego es amigo, y lo que arde es la base moral con la que el partido ha tratado de distinguirse.

¿Qué sigue? ¿Un deslinde simbólico? ¿Una investigación a medias? ¿Un castigo sin consecuencias reales? El mensaje que se envíe con este caso puede marcar una diferencia sustantiva de cara a lo que viene. Porque no basta con decir que “ningún militante está por encima del partido”. Hay que demostrarlo. Y la prueba de fuego no está en los discursos, sino en los hechos.

Si Bermúdez es culpable, debe enfrentar la justicia, no solo ser expulsado de Morena como si eso resolviera el fondo del asunto. Y si otros actores dentro del aparato estatal facilitaron o encubrieron sus actos, también deben rendir cuentas. De lo contrario, el mensaje no será de justicia, sino de encubrimiento; no será de limpieza, sino de simulación.

La narrativa de la Cuarta Transformación ha sido, desde sus inicios, una cruzada contra la corrupción y la impunidad. Pero esa narrativa pierde fuerza cuando se tolera, por omisión o por cálculo político, la podredumbre interna. Y es justamente ahí donde Morena enfrenta su mayor reto: no en la contienda electoral, sino en la contienda ética.

Lo que pase con Hernán Bermúdez no solo afectará la imagen del partido en Tabasco. Afectará el discurso nacional. Porque si en un bastión morenista, con autoridades morenistas, no se puede garantizar una ruptura real con la criminalidad, entonces el discurso de transformación se desinfla. Peor aún, se vuelve sospechoso.

Por eso, este caso trasciende los límites de Tabasco. Es una prueba de consistencia. ¿Se atreverá Morena a llevar la justicia hasta sus últimas consecuencias, incluso si eso significa afectar a quienes militan o han militado en sus filas? ¿O preferirá voltear la mirada, minimizar el asunto y esperar que el escándalo se diluya en el oleaje mediático?

La población está observando. Y aunque la polarización política sigue siendo una realidad, también lo es que hay cada vez más personas que distinguen entre lealtad ciega y compromiso auténtico con el país. Esa diferencia, por mínima que parezca, puede ser definitiva en los años por venir.

En política, no hay mayor riesgo que decepcionar a quienes realmente creen. Morena se construyó sobre una promesa de cambio profundo. Casos como el de Hernán Bermúdez ponen esa promesa bajo la lupa. Y ahora, más que nunca, la sociedad exige saber si esa promesa fue auténtica… o simplemente otro pacto de silencio con distinto color.