Por Yamir de Jesús Valdez.-
En una época donde los equilibrios políticos se redefinen tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales, la imagen del gobernador Rubén Rocha Moya en la recepción del 249 aniversario de la Independencia de los Estados Unidos, celebrada en Hermosillo, no es un hecho menor ni simbólicamente inocuo. Es, en cambio, un gesto con implicaciones profundas para el presente y el futuro de Sinaloa.
Invitado especial por el nuevo Cónsul General de los Estados Unidos en Hermosillo, Tim Stater, Rocha Moya fue más que un asistente distinguido. Fue la representación tangible de un estado que, en medio de un contexto nacional incierto, sigue apostando por la diplomacia, la apertura y el desarrollo económico sustentado en alianzas estratégicas. En tiempos donde el gobierno estadounidense ha endurecido su política exterior —incluyendo el retiro de visas a figuras políticas, empresarios y artistas— el hecho de que el gobernador sinaloense no solo mantenga intacto ese vínculo sino que lo fortalezca, resulta altamente revelador.
Lo dijo bien Maquiavelo en El Príncipe: “No hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de tener éxito, ni más peligroso de manejar, que iniciar un nuevo orden de cosas.” La transformación en Sinaloa —esa que Rocha dice encabezar bajo los principios de la Cuarta Transformación— necesita más que discursos. Requiere inversiones reales, alianzas firmes, credibilidad internacional. Y en ese sentido, la visita al evento conmemorativo en Sonora tiene un carácter doble: diplomático y económico.
El gobernador no asistió con las manos vacías. Llegó con una narrativa articulada en torno a los beneficios tangibles que la cooperación con Estados Unidos ha traído a Sinaloa. Una cooperación que ya empieza a traducirse en proyectos industriales de escala global, como lo son la Planta Pacífico Mexinol —la futura planta de metanol verde más grande del mundo— y la terminal de gas natural licuado de Sempra Energy, ambas ubicadas en el puerto de Topolobampo. No se trata de promesas; se trata de realidades en construcción, de infraestructura que no solo transformará el paisaje del norte sinaloense, sino también su estructura productiva.
Estas inversiones representan una nueva etapa en la historia económica del estado: una que supera el viejo binomio entre agricultura y narcotráfico —tema inevitable cuando se habla de la percepción internacional sobre Sinaloa— para posicionarlo como un territorio viable para la industria verde, para la innovación energética, para el desarrollo sustentable.
En este sentido, Rubén Rocha Moya ha sabido jugar una carta política con inteligencia: distanciar a Sinaloa de la imagen estigmatizada que lo ha perseguido por décadas y anclar su visión de gobierno en la idea de un estado confiable, con reglas claras, y con un proyecto de desarrollo incluyente. Si hay algo que Estados Unidos valora en sus interlocutores, es precisamente eso: certeza, institucionalidad y visión.
Resulta significativo que entre los acompañantes de Rocha al evento estuvieran los titulares de Economía, Agricultura y Turismo. No se trató de una visita protocolaria, sino de una comitiva orientada a vender la marca Sinaloa. A mostrar al estado como destino confiable para negocios, inversiones y colaboración bilateral. Un estado que ya no se conforma con ser plataforma agroexportadora, sino que busca posicionarse como nodo industrial del noroeste mexicano.
Desde una óptica más amplia, la diplomacia regional como la que ejerció Rocha en Hermosillo se vuelve indispensable frente a un gobierno federal que muchas veces cierra más puertas de las que abre en el escenario internacional. Si el gobierno federal mantiene una relación oscilante con Washington, los gobernadores tienen la obligación de construir sus propios puentes. Y Rocha lo ha entendido bien.
El filósofo griego Heráclito sostenía que “el carácter de un hombre es su destino”. En política, esa máxima se traduce también a los liderazgos regionales. La apuesta de Rocha por una diplomacia cercana, institucional y generadora de confianza con actores clave como el consulado de Estados Unidos, no solo habla de su carácter político, sino del destino que imagina para Sinaloa: uno menos dependiente del centro y más insertado en las lógicas económicas del mundo.
Desde luego, no se trata de ignorar las asignaturas pendientes. Los retos en seguridad, desigualdad y corrupción siguen siendo profundos. Pero en un México donde la mayoría de los mandatarios estatales son vistos con desconfianza por el aparato diplomático estadounidense, que Rocha no solo mantenga relaciones cordiales sino que sea invitado especial, es una diferencia que pesa.
Lo que está en juego no es solo el nombre de Rubén Rocha, sino la imagen de todo un estado. En política, los símbolos importan. Y la fotografía del gobernador sinaloense estrechando manos con diplomáticos norteamericanos mientras se celebra la independencia de ese país vecino, es un mensaje de apertura, estabilidad y confianza. Uno que podría traer beneficios económicos, pero también reputacionales. Y en tiempos de polarización y desgaste institucional, eso no es poca cosa.
Sinaloa se encuentra, entonces, ante una disyuntiva: seguir anclado en las inercias del pasado o subirse al tren de la transformación global. En esa encrucijada, el gobernador Rocha parece haber elegido el camino correcto. Lo sabremos, como siempre, por sus frutos. Pero por ahora, el mensaje es claro: Sinaloa quiere ser parte de la conversación internacional. Y está dispuesto a hacer lo necesario para lograrlo.