Por Yamir de Jesús Valdez.-
Rosa Icela Rodríguez tomó la palabra en la plenaria de los diputados federales de Morena y habló de austeridad. No era un discurso más, era un llamado de atención que buscó tocar fibras sensibles en una bancada donde cada vez son más visibles los contrastes entre el discurso oficial y la vida privada de algunos legisladores. La secretaria de Gobernación no improvisó: recordó que la austeridad republicana no es un eslogan, sino un principio rector del movimiento que gobierna al país y que, en teoría, le da sustento a la llamada cuarta transformación. Lo dijo sin rodeos, en un auditorio donde no todos aplaudieron con entusiasmo y donde algunos escuchaban con gesto serio, quizá porque entendieron que el mensaje estaba dirigido directamente a ellos.
El problema para Morena es que la austeridad se convirtió en un discurso cómodo mientras sirvió como bandera de campaña, pero difícil de sostener cuando los reflectores apuntan a la vida personal de sus cuadros. Las imágenes de Sergio Gutiérrez Luna y su esposa presumiendo zapatos de 13 mil pesos o chamarras de 26 mil, sumadas a las vacaciones europeas de Ricardo Monreal y Pedro Haces, son municiones que los adversarios políticos no desperdician y que, más grave aún, erosionan la credibilidad de quienes dicen gobernar bajo el signo de la “justa medianía”. La incongruencia no sólo debilita la imagen pública de los legisladores, también hiere el principio de autoridad moral que Morena ha querido adjudicarse frente a los demás partidos.
El exhorto de Rosa Icela fue recibido con entusiasmo por unos, con indiferencia por otros. Al citar a la presidenta Claudia Sheinbaum como ejemplo de honestidad e incorruptibilidad, la secretaria buscó marcar una línea clara: el referente de la militancia debe ser la disciplina y el trabajo cotidiano, no las frivolidades que los alejan del ciudadano común. No es casualidad que el aplauso más fuerte viniera justo en ese momento, cuando el discurso se convirtió en elogio y contraste a la vez. Sheinbaum como modelo de austeridad y algunos de sus legisladores como muestra de lo contrario.
Pero no todo fue admonición. Rodríguez aprovechó para adelantar que a finales de este año el gobierno federal presentará una reforma electoral. La promesa de elecciones libres y transparentes se escuchó bien en el papel, pero inevitablemente se conecta con la exigencia de austeridad: menos gasto, menos despilfarro, menos complicidad entre poder político y económico. El planteamiento parece coherente, pero la realidad es que, si los legisladores no logran poner orden en sus propias filas, será difícil convencer a los ciudadanos de que se busca transformar de raíz un sistema que sigue beneficiando a unos pocos.
El fondo del discurso, y ahí está lo medular, fue una apelación a la congruencia. En política, pocas cosas resultan tan desgastantes como la doble moral. El mismo partido que en el pasado criticó los viajes y lujos de los priistas y panistas ahora tiene que explicar por qué algunos de sus legisladores se pasean por Ibiza o coleccionan obras de arte valuadas en cientos de miles de pesos. El mismo partido que pregona la austeridad republicana se enfrenta a selfies en yates, cenas en restaurantes de lujo y fotos en hoteles europeos. En esa contradicción radica el riesgo mayor: Morena puede perder lo que le ha dado fuerza, la narrativa de cercanía con el pueblo.
La secretaria lo sabe. Por eso bromeó con que en su agenda no hay vacaciones, frase que arrancó risas nerviosas y algún aplauso tímido. Detrás de la broma hay un mensaje directo: el servicio público exige sacrificio y no se concilia con la ostentación. No es un asunto de gustos personales ni de derechos individuales, es un problema de percepción pública y de legitimidad política. Quien gobierna bajo un proyecto que se presenta como moralmente superior no puede darse el lujo de caer en las mismas prácticas que tanto criticó.
Morena llega a un momento definitorio. Con reformas estructurales en el horizonte, el partido necesita disciplina interna y cohesión hacia afuera. No es un buen augurio que, en lugar de proyectar unidad, lo que se perciba son fisuras y contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace. La austeridad no puede seguir siendo un simple recurso retórico. Si no se convierte en práctica cotidiana de los legisladores y funcionarios, el costo será alto, porque lo que está en juego no es sólo la credibilidad de un grupo político, sino la confianza de millones de ciudadanos que, en 2018, apostaron por un cambio real.
El mensaje de Rosa Icela no fue retórico ni menor. Fue, en el fondo, un recordatorio: el poder desgasta más rápido cuando se ejerce sin coherencia. Si Morena insiste en vivir en la contradicción, el desgaste no vendrá de la oposición, sino de dentro. Y cuando llegue ese punto, ni discursos, ni aplausos, ni llamados tardíos a la congruencia bastarán para recuperar lo perdido.