Por Yamir de Jesús Valdez Álvarez.-
En medio del desgaste natural que implica ejercer el poder, cuando los gobiernos estatales suelen verse atrapados entre la presión presupuestal, las exigencias sociales y el juicio permanente de la opinión pública, hay figuras que logran sobresalir no por la estridencia del discurso político ni por la confrontación mediática, sino por su constancia, su cercanía y, sobre todo, por su capacidad de conectar con lo esencial: la dignidad humana. Ese es el caso de la doctora Eneyda Rocha Ruiz, presidenta del Sistema DIF Sinaloa, quien se ha convertido —con justicia y sin buscar reflectores— en el rostro amable del gobierno de Sinaloa.
Decirlo así, sin rodeos, no es un gesto de cortesía, ni un afán de adulación institucional. Es un reconocimiento a una labor sostenida, discreta pero tangible, que ha logrado posicionar al DIF Sinaloa como una institución de resultados y, sobre todo, de confianza ciudadana. Mientras otros frentes del aparato estatal se debaten entre las pugnas políticas o los efectos de decisiones impopulares, el Sistema DIF ha tejido —desde abajo y con sensibilidad social— una red de apoyo que en muchos casos representa la diferencia entre la desesperanza y la posibilidad de salir adelante.
Un ejemplo concreto de ello es el Centro de Acopio Permanente, recientemente reforzado con el llamado abierto a la ciudadanía para donar alimentos, ropa, artículos de higiene personal, medicamentos y más. Ubicado en las oficinas centrales del DIF, este centro opera de forma continua y representa no solo una respuesta institucional a la vulnerabilidad, sino una oportunidad para que la sociedad sinaloense demuestre, una vez más, su capacidad de solidaridad.
La invitación no es solo a dar, sino a participar de una visión de estado más humana. Desde allí, Eneyda Rocha ha impulsado mecanismos efectivos de atención a sectores que muchas veces quedan fuera del radar de los grandes programas federales o de los titulares de prensa. Niñez, personas adultas mayores, mujeres violentadas, personas con discapacidad o damnificados por fenómenos naturales, todos ellos encuentran en el DIF un canal concreto de apoyo.
No se trata de una acción aislada. Las Brigadas del Bienestar, las Brigadas de Salud, así como la respuesta en emergencias, forman parte de una estrategia que si bien podría parecer de menor escala, tiene un impacto directo y profundo. Lo que la doctora Eneyda Rocha ha comprendido —y eso no es poca cosa en el ejercicio público— es que la política social no tiene por qué ser grandilocuente para ser efectiva. Puede operar desde lo pequeño, lo cotidiano, y aún así ser transformadora.
En una entidad como Sinaloa, marcada por contrastes —una economía pujante pero con focos de pobreza estructural; centros urbanos modernos pero comunidades rurales marginadas; avances en infraestructura pero carencias persistentes en servicios básicos—, la dimensión social del gobierno cobra un peso mayor. Y ahí, el liderazgo de quien encabeza el DIF resulta no solo pertinente, sino urgente.
Hay quien podría decir que estas labores deberían ser parte natural del funcionamiento gubernamental. Y es cierto. Pero también es verdad que muchas veces quedan relegadas a un segundo plano, invisibles ante las prioridades políticas o relegadas por la dinámica electoral. En contraste, Eneyda Rocha ha hecho del trabajo social su trinchera. Lo ha hecho sin estridencias, sin buscar protagonismos personales, y eso también merece ser señalado.
En momentos donde la figura del poder suele asociarse con la imposición, con la verticalidad o con el control de los recursos, contar con una funcionaria que abona desde lo empático, desde la escucha activa y la atención directa, ofrece un contrapeso necesario. No es menor que muchas familias, en comunidades y colonias de todo el estado, tengan al DIF como su primer y a veces único contacto con el gobierno. Eso le da al trabajo de Eneyda Rocha una legitimidad que no se construye con discursos, sino con hechos.
El Centro de Acopio Permanente no es solo un punto de recolección: es también un símbolo de que la solidaridad institucional puede caminar de la mano con la organización comunitaria. Y si bien es cierto que la pobreza no se erradica con despensas, también lo es que una despensa puede ser la diferencia entre comer y no comer, entre resistir y rendirse. Y eso no puede subestimarse.
La política tiene muchas caras. Está la del poder duro, la de las decisiones de alto nivel, la de los presupuestos y las leyes. Pero también está la política cotidiana, la que se ejerce con una mirada empática, con la mano tendida, con el oído atento. Y esa es la política que Eneyda Rocha Ruiz representa desde el DIF Sinaloa.
En estos tiempos donde el juicio ciudadano se ha agudizado —con razón— ante la ineficiencia o la insensibilidad de muchos gobernantes, vale la pena reconocer que hay quienes eligen otro camino: el del trabajo callado, el de la acción social, el de los pequeños grandes gestos. Si el gobierno de Sinaloa tiene una cara con la que puede mirar de frente a las familias más necesitadas, sin pena ni demagogia, esa cara es la del DIF. Y quien hoy lo encabeza, con profesionalismo y vocación, es también quien le ha dado a ese rostro la calidez que requiere: Eneyda Rocha Ruiz, el rostro amable del gobierno de Sinaloa.
Porque la política, cuando se hace con sensibilidad, también puede sanar. Y en un estado como el nuestro, eso no es poca cosa.