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Bifocal | A tres décadas del “error de diciembre”

Joel Salomón

Este último mes del 2024 se cumplen tres décadas de la devalución abrupta del peso mexicano y la consecuente crisis económica que descarriló el crecimiento salinista tumbando al PIB del 1995 en un -6.3%, marcando a una generación de mexicanos debido a la gran cantidad de negocios que quebraron y las mútliples familias que perdieron su patrimonio.

La relevancia histórica de esta crisis no sólo es económica sino política, porque fue la última recesión cuyas causas fueron eminentemente internas (o idiosincráticas como frasea hoy Banxico) y no como hoy consecuencia de factores internacionales, como lo fue el Covid-19 hace unos años o la gran recesión del 2009 producto de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, derivada de los célebres creditos “NINJA” (No INcome, no Job y no Assets), hipotecas bancarias concedidas a gente sin probada capacidad de pago.

Si bien el año 1994 empezó con el shock del levantamiento armado en Chiapas y la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y su carismático líder, el Subcomandante Marcos, el posterior asesinato del candidato presidencial del PRI Luis Donaldo Colosio y luego del conspicuo político priísta José Francisco Ruiz Massieu, la economía mexicana traía una buena racha de crecimiento y el presidente Carlos Salinas era muy popular (73.1% de aprobación) interna e internacionalmente. Para darnos una idea, el crecimiento del PIB en 1994 fue de 5% y el promedio anual en el sexenio de Salinas fue del 4% por cierto, el sueño no cumplido del presidente AMLO.

Pero en diciembre de su último año todo se descompuso. Una devaluación descontrolada del peso, el caos informativo y la impericia de un nuevo gobierno que sólo tenía 19 días en funciones, desató el inicio de una crisis de proporciones generales cuyas consecuencias no sólo se vivieron en México sino que contagiaron a varios países, razón por la cual a la crisis mexicana se le bautizó en el extranjero como el “efecto tequila”.

En México, derivado de entrevistas al presidente Zedillo y a miembros del gabinete ante la prensa estadounidense, se empezó a bautizar a la crisis mexicana como el “error de diciembre” (de 1994), desde luego con la intención mediática de endilgarle la responsabilidad al sexenio salinista que termiaba su periodo en ese año.

De acuerdo a múltiples testimonios de la época, entre noviembre y diciembre de 1994 los equipos salientes y entrantes del gobierno federal exploraron la manera de administrar una necesaria devaluación del peso debido que su apreciación excesiva (sobrevaluación) estaba causando muchas dificultades debido a las pocas reservas en dólares que poseía el Banco de México, 13 mil millones de dólares en ese momento que palidecen frente a la fortalece actual en 2024 donde la reservas de Banxico alcanzan los 228 mil millones de dólares.

Pues el quid del asunto y el aprendizaje histórico del llamado “error de diciembre” fue la falta de entendimiento entre dos equipos políticos al pasarse la estafeta sexenal de gobierno. La crisis económica de 1995 es una muestra de la importancia de la política en la conducción de la economía, y también la importancia de la diplomacia y, como decía Colosio, de las buenas maneras. De hecho esta es la tesis central del famoso libro Por qué fracasan los países, del premio Nobel de este año, Daron Acemoglu.

El expresidente Carlos Salinas de Gortari en sus memorias tituladas México, un paso difícil a la modernidad, cita una declaración del secretario de Hacienda zedillista que le tocaron esos momentos cruciales en los siguientes términos: “ Jaime Serra, en aquel diciembre de 1994 miembro del gabinete presidencial y representante gubernamental afirmó que el ´error´ consistió en: Asegurar que no habría devaluación y luego tener que declararla. Y el haber confiado a los empresarios, los hombres del dinero, la medida que estaba por tomarse, aceptar su sugerencia de que no se hablase de devaluar sino de ampliar la banda de flotación, y durante la misma reunión, no sospechar que cuando ellos abandonaban unos minutos el salón, era para realizar llamadas, para dar tips, para ordenar operaciones de traslados de fondos: una sangría.”

Es decir, la disyuntiva técnica entre los miembros del gobierno era devaluar el peso o simplemente aumentar la “banda de flotación”, que también significaba devaluar pero de manera controlada en sólo un 15%. Pero el manejo de las opciones y la información se les salió de las manos y en los días siguientes lo que hubo fue una fuga de capitales y compra masiva de dólares previendo todos, sobre todo la gente de dinero y los agentes financieros, una devaluación de carácter inevitable.

Finalmente el gobierno mexicano terminó adoptando el régimen de libre flotación que determina la paridad peso-dólar en función del mercado, la oferta y demanda de divisas en el mercado spot. Además el Banco de México para el 2 de enero de 1995 (en trece días) se había quedado sin reservas en dólares, estaba en ceros y sin margen de maniobra para operar un control de daños. Un “error” de política económica que devino posteriormente en un horror para el mexicano de a pie.

Otro aprendizaje sobre la importancia de la (buena) política en esas circunstancias tan difíciles de la economía mexicana, se reflejó en el pésimo manejo de la comunicación a nivel presidencial. El doctor Ernesto Zedillo como titular del Ejecutivo federal no pudo construir un discurso (narrativa se dice hoy) que diera certeza a los actores económicos y tranquilizara las aguas. Insistía en adjudicar la crisis al “elevado déficit en cuenta corriente y la sobrevaluación del peso”, expresiones propias de un boletín hacendario pero alejadas de la compresión popular y una auténtica visión de Estado.

Incluso llego a decir que la causa de fondo fue la “falta de ahorro interno”, una expresión técnica incomprensible para el ciudadano de a pie y de la cual hizo mofa muchos años el celebre escritor Carlos Monsiváis en su mítica columna de los lunes en La Jornada “Por mi madre bohemios”.

Expresado en datos duros, el llamado “error de diciembre” tuvo las siguientes consecuencias: el tipo de cambio pasó de 3.44 pesos por dólar a inicios de diciembre a 7.55 en marzo de 1995, una devaluación de casi 120% en sólo cuatro meses. Y en ese mismo periodo, las tasas de interés pasaron de 15% a casi 100%.

Para rematar, en el primer paquete económico presentado en septiembre de 1995, el presidente Zedillo mandó al Congreso de la Unión el aumento “temporal” del IVA del 10 al 15%, con Roque señal de por medio, aquella foto que sepultó la imagen política del líder priísta en la Cámara de Diputados, Humberto Roque Villanueva. Un agravio más a la población o una “agria” medicina para el momento, según la justificación de la clase política oficialista del momento.

El llamado “error de diciembre” es un ejemplo histórico del daño que puede hacer la impericia política a la economía de un país y en consecuencia a toda su población. Por algo la gran obra del maestro Bernard Crick se llama En defensa de la política. También nos dejó otro aprendizaje: la importancia de contar con instituciones sólidas. Una constante en las crisis económicas es la falta de regulación sobre los agentes financieros. Pasó así en la Gran Depresión de 1929 y en la Gran Recesión del 2009. Buena política y un sólido estado de derecho es la clave del avance de la civilización moderna.

Vicepresidente del Colegio de Economistas.

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