Más allá de ser la estación entre el verano e invierno, el otoño tiene un valor espiritual que nos invita a reflexionar y vivir en armonía.
En las ciudades, como Culiacán, las prisas y la tecnología nos hacen a veces olvidar en qué momento del ciclo anual nos encontramos. Sin embargo, para abrirnos a la armonía del mundo es esencial conectar con los ritmos de la naturaleza; percibir los cambios y los ciclos, en el macrocosmos y en el microcosmos de nuestro interior; sentir cómo se manifiestan el transcurrir de los días y noches y estaciones.
Si la primavera es tiempo de renovación y el verano de plenitud, el otoño es tiempo de maduración y culminación, de soltar y de sembrar las semillas de lo que dará fruto el año próximo. Una estación para la reflexión y la intuición.
Que el otoño te ayude a soltar lo que ya no te sirve, a reforzar tu interior y a prepararte para renacer en un mundo transformado.
Con el paso de las estaciones no solamente cambia la naturaleza que nos rodea, también se transforma nuestra existencia, que sintoniza con nuevos ritmos de luz y oscuridad, de calor y frío, cambios en la humedad y en los vientos que renuevan el aire, cambios de actividad en los ciclos del agua, flora y fauna.
Dentro del ciclo anual, el otoño corresponde al atardecer en el día y a la culminación de la madurez en la vida. Es tiempo de culminación y de declive.
El paso del verano ha ido secando el aire y, por eso, en otoño disfrutamos de cielos esespecialmente nítidos, de día y de noche. La luz de la primavera es joven y agitada. La del otoño es sabia y madura.
Friedrich Nietzsche alude a ello viviendo en Italia, en una latitud como la nuestra, al soñar con una música que sea “jovial y profunda como un mediodía de octubre”.