Por Jose Luis López Duarte.-
Después de seis meses de estío marcados por la imposición de vedas a todas las especies comerciales en esteros y bahías, los pescadores ribereños de Sinaloa enfrentan un retorno incierto.
Aquellos que carecen de medios para pescar en altamar dependen nuevamente de su suerte en un ecosistema sobree explotado, donde la libertad de captura ha resultado en una devastadora competencia por recursos cada vez más escasos. La liberación del sector pesquero, que debía servir como una oportunidad, se ha traducido en ruina y pobreza.
Desde hace más de tres décadas, los gobiernos federales han mirado hacia otro lado, ignorando el clamor urgente de los pescadores que ven cómo sus fuentes de ingreso se desvanecen por leyes inadecuadas que favorecen un uso irresponsable de los recursos naturales. La falta de medidas efectivas para frenar la sobreexplotación ha llevado a la pobreza a miles de familias en la costa sinaloense, quienes han sido arrastradas a un ciclo de endeudamiento y desesperanza.
El inicio del cultivo de especies en cautiverio, con el camarón como pionero en Sinaloa, parecía ofrecer un rayo de esperanza. Sin embargo, esta bonanza fue efímera. Aunque Sinaloa se consolidó como el principal productor de camarón en México, su liderazgo comenzó a tambalearse a principios del siglo XXI debido a una sobreproducción mundial que afectó a las empresas locales. Ahora, la competencia internacional de países como Ecuador y el comercio desleal facilitado por la administración actual, que permitió el ingreso de miles de toneladas de camarón de manera ilegal, han exacerbado aún más la crisis.
La situación se complica más en este periodo de zafra, que se espera inicie el 15 de septiembre. Ante un panorama desolador, los pescadores solo reciben apoyos estatales y federales que, aunque son una ayuda, resultan insuficientes. Con $11,250 que deben enfrentar en siete meses sin trabajo, apenas logran cubrir lo básico. Las deudas se acumulan, y la llegada de la temporada de pesca se convierte en un momento de tensión: ¿habrá suficiente para saldar tantas obligaciones?
Los pescadores no solo deben lidiar con la incertidumbre de la captura, sino también con el coste del avituallamiento. La reparación de pangas, motores, redes y el combustible necesario son gastos que deben ser contemplados antes siquiera de pensar en la cosecha. ¿Cómo esperan que estas familias sobrevivan? La cruel realidad es que, al final, el comerciante que aparece con dinero en mano suele ser quien se queda con las ganancias, dejando a los pescadores con apenas una fractura de lo que merecen por su arduo trabajo.
Sinaloa alberga 42 campos pesqueros, con más de 10,000 pescadores ribereños y cerca de 6,000 trabajadores de barco en Topolobampo y Mazatlán. Las cifras son alarmantes, pero los incentivos del gobierno parecen una burla ante la magnitud del problema. Es fácil caer en la trampa de pensar que “peor es nada”. Sin embargo, esto no excusa la completa falta de acción. Los gobiernos cuentan con recursos y, más importante aún, tienen la responsabilidad de mejorar las condiciones de vida y trabajo de quienes sostienen el sector pesquero.
Es tiempo de que las autoridades se acerquen a los campos pesqueros, que escuchen la voz de quienes realmente conocen los mares y sufren su mercantilización. Solo así podremos imaginar una verdadera recuperación que devuelva la dignidad y la prosperidad a una comunidad que ha sido sumida en la pobreza por decisiones erróneas. El mar aún guarda potencial, pero depende de nosotros cuidarlo y gestionar su riqueza de manera sostenible.