Columna de opinión | Por Jesús Alfonso Durán
La marcha que la Generación Z prepara para este sábado 15 de noviembre ya está generando algo que ningún gobierno admite con facilidad: incomodidad. Y la reacción de la presidenta Claudia Sheinbaum —marcada por la descalificación anticipada y el intento de restarle legitimidad al movimiento— dice mucho más de la preocupación del poder que de los jóvenes que se están organizando.
Antes siquiera de que salgan a las calles, ya se les acusa de estar manipulados, desinformados o movidos por “intereses ajenos”. Ese argumento, reciclado de los viejos manuales del autoritarismo, se usa como si la juventud mexicana no tuviera criterio propio. Como si no supiera movilizarse por convicción. Como si no fuese capaz de articular una exigencia sin permiso del Estado.
Lo irónico es que este gobierno proviene precisamente de esas luchas ciudadanas que, en su momento, también fueron desprestigiadas por el régimen de entonces. Marchas estudiantiles, movimientos sociales y protestas pacíficas que fueron señaladas, igual que hoy, como “manipuladas desde el exterior”. En la segunda mitad del siglo XX, el poder repetía ese mismo guion: negar la autenticidad de la inconformidad juvenil. Hoy, quienes aseguraron ser diferentes —y que fueron actores visibles de esas causas democráticas— repiten las mismas líneas que antes combatían.
Entre aquellos gobiernos y el actual hay una continuidad que nadie quiere admitir: la molestia que provoca ser cuestionados desde abajo. Y es que si algo duele más que la crítica, es reconocer el espejo histórico.
El problema no es la marcha. El problema es lo que simboliza: una generación que no pide permiso para cuestionar. Una generación que no se deslumbra por la narrativa del poder ni se paraliza por las etiquetas que se le intentan colgar. Una generación que creció en un país donde la información fluye, se contrasta y se discute, no se decreta desde un púlpito presidencial.
La reacción oficial deja ver un gesto que contrasta con los principios que la propia Sheinbaum dice representar. Una socialdemocracia auténtica no teme la crítica: la abraza. No desacredita a quienes la interpelan: los reconoce. No busca moldear el discurso público: defiende que existan múltiples voces, incluso las que incomodan.
La libertad de expresión no se ejerce cuando el gobierno está de acuerdo; se ejerce precisamente cuando no lo está. Y eso es lo que inquieta de la marcha. No es su tamaño, ni su origen, ni su convocatoria: es su efecto simbólico. Es el recordatorio de que la ciudadanía —y sobre todo la juventud— no es una extensión del aparato gubernamental, sino su contrapeso natural.
Los jóvenes todavía no salen a las calles y ya despertaron nervios. Eso, por sí mismo, es un síntoma de salud democrática: las instituciones deben escuchar, no regañar; interpretar, no desacreditar.
El sabado veremos la magnitud del movimiento, pero algo ya quedó claro desde hoy: la Generación Z no se presta para el silencio cómodo. Y si algo debe entender el gobierno es que en democracia la crítica no se domestica… se respeta.