La relación entre México y Estados Unidos, siempre compleja, ha entrado en una nueva fase bajo la administración de Trump. El combate a los cárteles de la droga, en particular al tráfico de fentanilo, se ha convertido en el eje central de la agenda bilateral. Si bien la amenaza que representan estas organizaciones criminales es un problema compartido que exige una acción coordinada, la estrategia actual se ha caracterizado por una combinación de retórica contundente y un pragmatismo forzado.
La declaración de una emergencia nacional y la designación de los cárteles como “organizaciones terroristas extranjeras” (FTO) por parte de Washington ha marcado un cambio de paradigma. Esta medida, si bien habilita al Departamento del Tesoro de EE. UU. a imponer sanciones de contraterrorismo, también introduce una presión sin precedentes sobre la soberanía mexicana. La amenaza de aranceles y la posibilidad de acciones militares unilaterales por parte de Estados Unidos, aunque hasta ahora se han evitado, han forzado al gobierno de la Dra. Sheinbaum a intensificar sus acciones, incluyendo la extradición de figuras clave y un mayor esfuerzo para desmantelar la infraestructura de estas organizaciones.
La cooperación, sin embargo, se desarrolla en un contexto de profunda desconfianza. México insiste en que cualquier colaboración debe basarse en el respeto a la soberanía, mientras que Washington presiona para una mayor injerencia y resultados inmediatos. A pesar de esta tensión, los recientes acuerdos de seguridad demuestran un reconocimiento mutuo de la urgencia del problema. La creación de un grupo de implementación de alto nivel y el compromiso de compartir inteligencia y fortalecer la seguridad fronteriza son pasos importantes. Sin embargo, la efectividad de estos acuerdos se medirá por su capacidad para ir más allá de los comunicados de prensa y generar resultados tangibles.
El desafío es inmenso. La lucha contra los cárteles no es solo una cuestión de seguridad, sino de justicia, economía y salud pública. Mientras EE. UU. se enfoca en la reducción de la oferta, su propio problema de demanda de drogas, y en particular del fentanilo, sigue siendo un motor del negocio criminal. Por otro lado, la estrategia mexicana de combatir la pobreza y desmantelar las redes de apoyo social de los cárteles es una pieza crucial del rompecabezas. La verdadera victoria sobre estas organizaciones no se logrará con una retórica de confrontación, sino con una cooperación genuina que aborde las causas profundas del problema y que respete la soberanía de ambas naciones. La guerra contra el narcotráfico solo se ganará si se libra en ambos lados de la frontera y con una visión integral.