Culiacán, una ciudad donde la vida cotidiana debería girar en torno a las tradiciones y la alegría de sus habitantes, hoy carga con un peso insoportable. La victoria de los Tomateros, ese equipo que une generaciones, se transformó en una tragedia inimaginable para una familia. De regreso a casa, fueron emboscados por un retén que, según el discurso oficial, no existe. Decidieron escapar, presas de un miedo que cualquiera entendería, y en ese intento perdieron la vida.
Así se vive en esta ciudad: con miedo y con sangre. La realidad dista mucho de la tranquilidad que el gobernador afirma con sus palabras. Cada salida es una lotería que podría terminar en muerte. Las familias se ven obligadas a consultar reportes de “movimiento” como si fueran mapas de guerra, eligiendo sus rutas con la esperanza de no cruzarse con balaceras, retenes o convoyes armados.
Hace unas semanas, tuve que salir a la farmacia en medio de la noche por un medicamento urgente. Apenas puse un pie fuera de mi casa, una ráfaga resonó hacia el este. Revisé los reportes, determiné que el enfrentamiento estaba lejos y me aferré a la esperanza de que el tiempo jugaría a mi favor. Esa esperanza no es vida, es supervivencia forzada por la incompetencia y el abandono.
El agotamiento físico y mental de estos meses se siente en cada rincón de la ciudad. Y, como si eso no fuera suficiente, las declaraciones del gobierno solo agravan la desesperación. Decir que vivimos en paz no es un simple error de percepción, es un insulto directo a quienes enfrentamos el peligro día tras día. No podemos aceptar palabras vacías cuando nuestras calles se llenan de sangre y nuestras familias de miedo.
Exijo que el gobernador reconozca esta crisis con la misma claridad con la que los sinaloenses vivimos cada día. Exijo que se enfrente el problema con valentía y que se deje de disfrazar una realidad imposible de ocultar. Declarar que aquí no pasa nada no solo nos ofende, nos condena.
El asesinato de dos niños y su padre no es un caso aislado. Es el reflejo de un estado fallido que no ha podido garantizar lo más básico: la seguridad de su gente. Las cifras hablan por sí solas: más de 650 asesinatos, mil personas desaparecidas, millones en pérdidas económicas, decenas de negocios cerrados, y una ciudad sumida en el terror. No hay discurso que pueda maquillar esta tragedia.
Cada semana trae consigo nuevas pérdidas, nuevas heridas. ¿Qué tragedia nos espera la próxima? ¿Cuántas vidas más tendremos que enterrar antes de que quienes tienen el poder asuman su responsabilidad?
Esto no puede seguir así. No debemos conformarnos con sobrevivir. Debemos exigir que el gobierno haga su trabajo, porque la vida de los culichis vale más que las palabras huecas.
Ahí se las dejo.
La Tranquilidad Negada
