“Los Conjurados”, de Alberto Guerra Naranjo. Vámonos con Fidel Castro, compay.

PorRedacción

Feb 3, 2025

RESEÑA

Era nuestro último día en la Feria Internacional del Libro y no teníamos tiempo. A penas y habíamos recorrido la Expo Guadalajara. Solo nos quedaba, si acaso, hora y media para terminar de recorrer los stands y comprar libros. Los dos días anteriores los pasamos entre presentaciones y visitas a otros lugares de la ciudad. La feria era un hervidero, llena de luces, lectores, movimiento. Entonces escuché una voz con acento cubano. Era un tipo alto, de piel oscura, delgado, con un sombrerito caribeño. Era Alberto Guerra Naranjo. Les hablaba sin micrófono de su obra a un público de unas quince personas que lo oían con la vista puesta en cada uno de sus movimientos.

Nos acercamos a escucharlo. El ritmo de su voz y su narración nos hizo olvidarnos del poco tiempo que teníamos. Cuando menos pensé, aquel público de quince gentes era ahora un amontonadero de unas treinta o cuarenta personas. “Ya tenemos que irnos”, me apuró mi novia. Y yo, que para ese punto estaba convencido de que quería leer lo que sea que ese señor hubiera escrito, avancé unos metros para preguntarle a alguien del staff si me podía vender su libro. “Cuando termine la presentación”, respondió también con acento cubano. “Es que ya me tengo que ir”, le insté. Él apretó la mandíbula, no sé si le molestó que no respetara el protocolo o que no le permitiera escuchar al autor. “Bueno, pero págame de una vez el libro, son doscientos pesos”. Así lo hice. El hombre fue detrás de un biombo y regresó con el libro. Todavía me esperé unos segundos y en una pausa de la presentación se lo hice llegar al autor para que me lo firmara.

De esa manera conocí “Los conjurados”, la novela de Alberto Guerra Naranjo que le hizo finalista del Premio Internacional de Novela Torrente Ballester de 2022. Semanas después, ya en Culiacán, decidí comenzar con la lectura. A mi padre lo iban a matar si entraba al pueblo. Así arranca el primer capítulo. El juego con el lenguaje, las imágenes que van del pueblo a la sierra Maestra; y las historias entrelazadas me atraparon en seguida. La habilidad de Alberto para manejar los tiempos, los posibles futuros y los irremediables pasados me dio la seguridad de que estaba frente a un narrador original, pero que respetaba la tradición oral y libre de autores como Pedro Juan Gutiérrez o Alejo Carpentier. Que estaba frente a alguien que escribía de lo que le daba la gana sin descuidar el compromiso con la calidad.

Esta es una novela de amor que para nada es cursi. Que aborda las relaciones de pareja, de amistad, de compadrazgo y de lealtad alejándose por completo del lugar común. Se agradece. Se agradece viajar por la Cuba de alguien que la conoce, que la sufre, que la resiente incluso en el pulso con el que escribe. El horno no está para pastelitos, dicen constantemente los personajes, como una suerte de resignación, pero también como una consciencia de que pronto llegara su momento. Hay que resistir. Hay que dejar el camión lleno de frutas y de viandas para irnos a la guerra, para defender lo que más queremos, para luchar por un mañana y volver con la persona amada, compay. O al menos eso leo en este libro de personajes conjurados. La Revolución Cubana vista desde Palma Soriano, vista con los ojos de una chica a la que le cayó del cielo un paquete de comida del dictador Batista, y que al final, como cualquier promesa o ayuda de un tirano, supo a decepción, a burla descarada.

Alberto Guerra Naranjo nos ofrece una novela humana, poderosa y actual. El heroísmo, la miseria y la violencia se mueven en un contrapunto bien articulado. Al final, la sensación que queda es que avanzamos junto con sus personajes, nos sentimos sus hijos, nos sentimos testigos de un gran momento. Y queremos más. Queremos entrar a La Habana con ellos. Queremos tener ese sentimiento de esperanza y victoria que los acompaña.

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