Por Yamir de Jesús Valdez.-
A nivel nacional, el gobierno federal y los organismos empresariales anuncian con entusiasmo la llegada del Buen Fin. Las tiendas se preparan, las tarjetas se limpian y los consumidores son invitados a gastar lo que no tienen bajo el argumento de aprovechar los descuentos. Pero aquí, en Culiacán, la ironía es demasiado grande para dejarla pasar. Hace más de un año que no tenemos un buen fin de semana.
El sábado 8 y domingo 9 de noviembre, la ciudad volvió a ser escenario de una cadena de hechos violentos que borran cualquier intento de normalidad. Un ataque armado en una fiesta en la colonia Lázaro Cárdenas dejó cuatro personas muertas, entre ellas una mujer y su hijo. En Colinas de San Miguel, hombres armados incendiaron una casa después de dispararle. En el puente del “Piggy Back” fueron encontrados dos cuerpos con signos de tortura. En la Miguel Hidalgo, otro hombre fue ejecutado a balazos. Todo esto en menos de cuarenta y ocho horas.
La Fiscalía confirmó al menos once personas asesinadas y cuatro heridas en un solo fin de semana. Si los números fríos no alcanzan a dimensionar la tragedia, basta pensar que detrás de cada cifra hay un hogar enlutado, una familia con miedo, un barrio que se queda en silencio al caer la noche. Culiacán es una ciudad que aprendió a vivir entre balas, pero no por eso deja de doler cada vez que se repite el ciclo.
Y mientras tanto, en las pantallas y los anuncios espectaculares se promueve el consumo con sonrisas y luces rojas. El Buen Fin, esa vitrina del optimismo comercial, invita a las familias a salir a comprar como si la vida cotidiana transcurriera en paz. Pero ¿qué significa salir a comprar en una ciudad donde cada esquina puede ser una escena del crimen? ¿Quién piensa en gastar cuando el principal gasto familiar es sobrevivir?
El contraste duele porque Culiacán vive una doble crisis: una económica, evidente desde hace meses con la caída del empleo y el cierre de pequeñas empresas, y una de seguridad que ya ni siquiera se disfraza de percepción. Es una realidad tangible que limita la movilidad, el turismo, el comercio y la confianza. Es difícil imaginar el fin de semana más barato del año cuando ni siquiera podemos hablar del fin de semana más tranquilo.
En Sinaloa, el mensaje gubernamental de reactivación económica suena hueco frente a la realidad de las calles. Los programas como el Buen Fin pueden tener sentido en regiones donde la seguridad permite circular libremente, donde el consumidor puede pasear por un centro comercial sin mirar de reojo. Aquí, en cambio, las calles se vacían temprano y el miedo se ha vuelto un componente más del paisaje urbano.
El sector empresarial sinaloense, sobre todo los pequeños comercios, sabe bien que estos días de descuentos no siempre representan una ganancia. Muchos apenas sobreviven, ahogados por la falta de circulante, por los retrasos en pagos gubernamentales y por un consumo local deprimido. Si a eso se suma la inseguridad, el resultado es una economía que apenas respira. El Buen Fin se convierte en un espejismo. Se anuncian descuentos, pero no hay dinero; se abren las tiendas, pero no hay clientes; se promete seguridad, pero no hay paz.
La violencia también ha sido un factor económico. No solo por las pérdidas materiales o la parálisis de ciertas zonas comerciales, sino por el golpe psicológico a la sociedad. Cada ataque, cada levantón, cada casa incendiada erosiona un poco más la confianza, ese valor sin el cual ninguna economía puede sostenerse. Sin confianza no hay inversión, sin inversión no hay empleo y sin empleo, el Buen Fin es apenas un eslogan vacío.
Hemos normalizado esta realidad. La pregunta del fin de semana ya no es “¿a dónde vamos?”, sino “¿se puede salir?”. Las familias aprenden a medir su tiempo según los rumores de balaceras y el silencio en las calles se ha convertido en signo de prudencia. Nos hemos acostumbrado a vivir encerrados, a esperar que la noticia de la violencia llegue cada sábado como si fuera parte de la rutina.
Por eso el título no es solo una frase irónica. Ojalá Culiacán tuviera un Buen Fin. Ojalá pudiéramos disfrutar un fin de semana sin contar muertos, sin despertar con sirenas ni sobresaltos. Ojalá la economía local no tuviera que sobrevivir entre tiroteos y la desconfianza de los consumidores. Ojalá la seguridad pública fuera prioridad real y no discurso.
El Buen Fin nacional es un recordatorio de lo que no tenemos: tranquilidad, certidumbre y esperanza. Porque para que haya consumo debe haber confianza, y para que haya confianza debe haber paz. En Culiacán, más que promociones y rebajas, necesitamos seguridad y justicia. Ese sería, verdaderamente, nuestro mejor descuento: vivir sin miedo.
Y sí, ojalá algún día podamos decir que tuvimos, por fin, un buen fin.
