Por Gregorio García Vázquez.-
Hablar del autismo siempre es hablar de lucha, de paciencia, de amor infinito pero también de batallas que pocas veces se ven. Hace unos días reflexionábamos sobre lo que significa para los padres tener un hijo autista en la infancia, aprender a enfrentarse a la ignorancia, soportar miradas indiferentes y sobrevivir a la falta de oportunidades y apoyos. Sin embargo, lo que casi nunca se menciona es lo que ocurre cuando esos niños dejan de ser niños y cruzan la línea hacia la adolescencia y la juventud.
Porque el autismo no se detiene en los 12 años. Crece, madura, cambia… y con él se multiplican los desafíos. Si la infancia ya es un camino cuesta arriba, la adolescencia es una pared que muchos sienten imposible de escalar. Y no por falta de ganas ni por falta de entrega de los padres, sino porque simple y sencillamente el sistema no existe para ellos.
En México la atención pública para el autismo en la niñez es casi nula, pero para los adolescentes y jóvenes es todavía más cruda. No hay centros especializados, no hay programas educativos adaptados, no hay políticas claras de inclusión. A los 14 o 15 años muchos padres se dan cuenta de que entraron a un desierto sin mapa ni agua. De pronto, lo poco que había se acaba. Los espacios escolares cierran la puerta, los servicios de salud dejan de tener respuesta y la sociedad, que ya era indiferente, voltea todavía más hacia otro lado.
Quien no lo vive podría pensar que exageramos. Pero basta escuchar a un padre o una madre que lleva años luchando. Al principio todo es diagnóstico, terapias, esperanzas. Luego, poco a poco, se topan con pared. La adolescencia llega con sus propias tormentas, cambios físicos, emocionales, sociales, y en un joven autista esos procesos requieren aún más acompañamiento. Sin embargo, justo ahí es cuando más abandonados quedan.
Los padres que ya están en esa etapa lo saben bien, la lucha se hace doble, triple, infinita. Y los que vienen detrás, los que aún tienen niños pequeños, empiezan a asomarse con miedo a ese futuro que no promete nada fácil. Porque si de niños la falta de empatía ya pesa, de jóvenes la indiferencia se convierte en carga insoportable.
La pregunta es dura pero necesaria ¿qué pasará cuando esos padres ya no estén? La respuesta, tristemente, nadie la tiene. Y en lugar de estar construyendo desde ahora un sistema de apoyo real, preferimos seguir volteando hacia otro lado.
El autismo no es una moda, no es un tema pasajero, no es un asunto que pueda resolverse con discursos. Es una realidad que merece atención de verdad, especialmente en esas etapas donde todo se vuelve más complejo y donde la soledad de las familias es todavía más evidente.
Porque si algo queda claro es que el amor de los padres nunca se agota, pero el abandono del Estado y la indiferencia social sí que lastiman. Y lastiman todos los días.
Todo esto según yo el Goyo310 fugaaaaaaa!!