cajapolitica.mx

| El Conocimiento es poder.

SEGÚN YO| La vida que dejamos pasar mirando el teléfono.

Por Gregorio García Vázquez.-

Hoy vivimos conectados, pero no necesariamente presentes. Los teléfonos inteligentes, las redes sociales y las aplicaciones prometieron acercarnos, pero muchas veces nos alejan de lo que realmente importa. Cada notificación, cada alerta, cada mensaje parece exigir atención inmediata, y así nos acostumbramos a vivir con la cabeza pegada a una pantalla mientras la vida real sigue su curso sin que la notemos.

En el transporte público, en la oficina, en restaurantes o en salas de espera, se ven personas mirando sus teléfonos mientras ignoran lo que ocurre a su alrededor. Se revisan mensajes que podrían esperar, se consumen contenidos que distraen más que informan, y la concentración se dispersa en fragmentos de atención que nunca duran más de unos minutos. La vida transcurre entre vibraciones, pitidos y scrolls interminables, y la presencia se diluye frente a la urgencia de estar conectados.

Antes, las personas se encontraban cara a cara, conversaban durante horas sin interrupciones, compartían risas y silencios, caminaban por la calle observando los detalles de su entorno y encontrando historias en lo cotidiano. Se jugaba, se leían libros, se exploraba, se cocinaba juntos, se caminaba sin rumbo y se disfrutaban momentos que ahora pasan inadvertidos. La vida tenía pausas naturales y cada encuentro, cada actividad, se sentía completo.

Hoy, los jóvenes aprenden desde temprano que la comunicación más importante es la digital. Pasan horas frente a pantallas, prefiriendo mensajes y redes sociales antes que juegos al aire libre, charlas cara a cara o momentos de silencio creativo. Los adultos tampoco escapan. Cada tarea cotidiana se acompaña de un teléfono: revisar instrucciones, buscar información, recordar citas, hacer compras, comunicarse. Poco a poco, se va perdiendo la autonomía y la memoria se adormece, porque siempre hay una app que lo guarda todo.

Incluso el ocio se transformó. Antes se disfrutaban películas y música con la familia o amigos, se jugaba en plazas, se compartían historias y se vivían emociones sin necesidad de documentarlas para la cámara. Hoy todo se interrumpe para capturar momentos, comentarlos o subirlos a redes. La experiencia inmediata se fragmenta y la atención nunca está completa. La vida deja de sentirse como propia y se convierte en una constante interacción digital.

La dependencia tecnológica afecta la salud mental, las relaciones y la capacidad de disfrutar del presente. La ansiedad por no responder, por no enterarse, por no participar, se mezcla con el miedo de perder algo que muchas veces no es realmente importante. Cada hora frente a la pantalla aumenta la desconexión con el entorno, y lo cotidiano, lo simple y lo real pasa a segundo plano.

Quizá no haya marcha atrás, porque la tecnología llegó para quedarse, pero sí se puede aprender a usarla sin que nos consuma. Levantar la mirada, desconectarse por ratos, disfrutar la conversación sin distracciones, reír sin mirar la pantalla. La vida real no tiene notificaciones, no espera y, aunque no lo creamos, todavía tiene momentos que valen más que cualquier like o comentario.

Según yo el Goyo310.