Icono del sitio cajapolitica.mx

SUGEYSTIVA| Donde come uno, comen tres.

Por Diana Sugey Mendoza.-

Si hay algo inevitable en esta vida, es convivir con los demás, porque en mayor o menor medida, nuestra vida se entrelaza con la de otros. Sin embargo, hoy en día se ha difundido la idea de que podemos prescindir de los vínculos, que lo único relevante es estar bien con nosotros mismos. Y en parte es cierto: es fundamental construir una buena relación con uno mismo, tener un autoconcepto saludable, conocernos, reconocer nuestras limitaciones y descubrir en qué destacamos. También es importante preguntarnos constantemente quiénes somos, aunque esta pregunta pueda incomodarnos, porque nos confronta.

La mayoría de las veces no nos cuestionamos esto. No nos preguntamos por qué hacemos lo que hacemos. Parece que muchas de nuestras acciones son automáticas, como si viviéramos en piloto automático. Pero bueno, eso da para otro tema.

Regresando a nuestra convivencia con los demás, en algunas ocasiones, ya sea en clase o durante alguna conferencia, he mencionado que funcionamos como un efecto dominó. Aunque no siempre seamos conscientes de ello, todo lo que hacemos repercute en los demás. Desde acciones tan simples como dar los buenos días hasta comprar un nuevo teléfono celular: todo, absolutamente todo, tiene un efecto en el otro.

Y somos tan poco conscientes de esto. A veces da la impresión de que creemos ser las únicas personas sobre la Tierra, a pesar de estar rodeados de otros. Si me preguntan, creo que este pensamiento es producto de la sociedad actual. En otras épocas no era así: las personas sentían una gran responsabilidad hacia los demás. Nos preocupaba el bienestar del otro. Si las mamás o las abuelitas preparaban comida, la compartían con toda la familia, o incluso con los vecinos. De ahí viene, creo, la famosa frase: “Donde come uno, comen tres”. Estaban acostumbrados a compartir.

Hoy en día, en cambio, pensamos: “Lo mío es mío, y no lo comparto”. Nos cuesta trabajo darle al otro algo de lo nuestro, porque creemos que cada quien debe hacerse de lo suyo. Y si no lo logra, pensamos que hay algo mal con esa persona.

Esta lógica individualista ha modificado nuestras relaciones humanas. Ya no se trata solo de sobrevivir, sino de destacar, de competir, de acumular. Nos enseñan que “ser suficiente” implica no necesitar a nadie, cuando en realidad todos somos seres profundamente interdependientes. Desde el nacimiento dependemos del otro: para crecer, aprender, sanar, e incluso para encontrar sentido en la vida.

Tal vez sea momento de hacer una pausa y mirar de nuevo al otro, no como una amenaza o una carga, sino como una oportunidad para crecer, para humanizarnos, para tejer vínculos más significativos. Reconocer nuestra necesidad mutua no nos hace débiles, nos hace conscientes. Porque en un mundo donde todo parece impulsarnos a aislarnos, elegir el encuentro, la colaboración y el cuidado mutuo es, quizá, el acto más valiente y necesario.

Salir de la versión móvil