Por Diana Sugey Mendoza.-
El próximo domingo 07 de septiembre los ciudadanos de Culiacán tenemos una cita importante: marchar y exigir paz. En la actualidad, en la mayoría de las instituciones educativas y sociales se promueve la cultura de paz; sin embargo, en nuestra ciudad todavía estamos lejos de alcanzarla.
Ya casi se cumple un año desde aquel suceso conocido como el Culiacanazo —o “la segunda pandemia”, como algunas personas lo llaman—, y la inseguridad, la violencia y la incertidumbre no han dado tregua. Los funcionarios que deberían garantizarnos nuestros derechos fundamentales no dan la cara; se esconden tras bambalinas bajo el discurso de que “están trabajando en ello” y de que “la violencia está disminuyendo”. No obstante, el pueblo tiene una versión completamente distinta: la que se vive en carne propia día a día.
A estas alturas existe un hartazgo colectivo ante la situación que enfrentamos cotidianamente. La violencia ha tocado nuestros hogares, nuestras instituciones académicas, los restaurantes, los parques, los hospitales… Me pregunto: ¿existe algún espacio verdaderamente seguro? Lo cierto es que no. Salir a la calle y regresar con vida y en paz parece un asunto de azar. Estamos rodeados de militares, pero aun así no nos sentimos protegidos; y lo más alarmante es que hemos tenido que normalizar algo que jamás debería ser normal: convivir con las armas en las calles como si se tratara de parte del paisaje urbano. Vivir así no es normal, ni debe serlo. Hemos tenido que modificar nuestras rutinas, aprender a convivir con el miedo y aceptar lo inaceptable. Al principio, me parecía que estábamos respondiendo de manera muy pasiva, reduciendo todo a la queja como única forma de manifestación. Pero, poco a poco, algo ha cambiado: la ciudadanía está despertando.
La marcha de este domingo no solo visibiliza la realidad que atravesamos en el estado, sino que también demuestra que los ciudadanos somos capaces de organizarnos, de alzar la voz y de exigir al gobierno el cumplimiento de nuestros derechos. Esta movilización significa, además, un acto simbólico de recuperar las calles que por tanto tiempo nos han sido arrebatadas. Caminar juntos es también un recordatorio de que la esperanza y la solidaridad son más fuertes que el miedo.
No podemos olvidar que esta violencia no solo afecta lo material o lo físico, sino también lo más profundo de nuestro ser: nuestra salud mental. Vivir bajo la constante amenaza de la inseguridad genera estrés crónico, ansiedad, insomnio, depresión y un sentimiento de vulnerabilidad permanente. Niños, jóvenes, adultos y personas mayores cargamos con heridas invisibles que van deteriorando nuestra confianza en los demás y nuestra percepción de futuro. Por eso, salir a marchar es también un acto de sanación colectiva, un paso hacia la reconstrucción del tejido social y hacia la recuperación de nuestra dignidad como ciudadanos.
En conclusión, este domingo tenemos la oportunidad de enviar un mensaje claro: Culiacán merece ser un lugar donde podamos vivir en paz, sin miedo y con la certeza de que nuestros derechos serán respetados. No se trata únicamente de una protesta, sino de una afirmación de vida, de solidaridad y de esperanza. Que esta marcha sea un recordatorio de que juntos podemos transformar la realidad y abrir el camino hacia un futuro más seguro y humano para todos.