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Una sombra nos gobierna

La promesa de campaña se cumplió: Culiacán no tiene alcalde, tiene una sombra. Una silueta deslavada en las bardas de la ciudad, un nombre en un membrete, una firma en contratos que otros redactan. Pero alcalde, lo que se dice alcalde, no tenemos.

Y vaya que lo hemos necesitado. Porque mientras él desayuna garnachas y sonríe en su selfie con la jefa, los culichis enterramos niños.
Hace unas semanas, dos pequeños fueron asesinados. Sus nombres no deberían estar en nuestras bocas, sus rostros no deberían estar en nuestras pesadillas, su madre no debería estar escogiendo ataúdes.

Pero aquí estamos. Aquí estamos, llorando niños. Aquí estamos, viendo a otros niños sostener pancartas que dicen “¡Con los niños no!”, cuando nunca debieron conocer el significado del miedo. Viéndolos gritar en una protesta porque han visto a sus papás siendo arrebatados por hombres armados, porque han tenido que bajarse del auto mientras los delicuentes les exigen las llaves a sus mamás o papás, porque han tenido que tirarse al suelo en sus aulas mientras afuera las ráfagas de alto calibre estremecen sus escuelas. Explicándoles por qué en esta ciudad sus vidas valen menos que la impunidad.

Y mientras tanto, el presidente municipal no aparece. No ha condenado el asesinato de los niños. No ha visitado a las familias. No ha ofrecido respuestas. No ha intentado, siquiera, fingir que le duele.
Pero su silueta sigue ahí, pintada en las paredes. Una sombra con nombre que se aferra a los muros, aunque la ley exija que desaparezca. Qué ironía, su silueta es lo único de él que permanece visible. Porque en el ejercicio del poder es exactamente eso: una figura borrosa, una ausencia, un espectro que se proyecta pero no tiene forma.

Ya pasaron cinco meses desde que esta guerra comenzó. Y en un abrir y cerrar de ojos estaremos cantándole las mañanitas. Porque el conflicto no tiene fecha de cierre, porque los especialistas advierten que esto no acabará pronto, que nos esperan años de violencia, y otros más de ruinas económicas. Porque con cada día que pasa, más negocios bajan las cortinas y más familias se van.
Como los dueños de aquella escuela que decidió cerrar sus puertas y mudarse a otra ciudad. Porque educar aquí ya no es viable. Porque vivir aquí se ha vuelto una ruleta rusa.

Porque en Culiacán ya no revisamos el clima antes de salir, revisamos el “estado del tiempo”: ¿hay balacera en mi ruta? ¿ponchallantas en las calles? ¿personas armadas en la esquina? ¿alcanzo a ir y venir sin que me toque un enfrentamiento? Cada salida es un riesgo calculado, cada regreso a casa un alivio.

Y la factura no solo se paga con negocios cerrados o familias desplazadas. La factura vendrá en la salud mental de niños y adultos por igual. El trauma se está sembrando en una generación entera, y cuando brote, será un problema que nadie podrá minimizar.

Pero minimizar es lo que mejor hace este gobierno. En diciembre, Sinaloa perdió 2,300 empleos, la mayoría en Culiacán. Y a pesar de la crisis, tuvieron el descaro de pedirle al Congreso autorización para endeudarse por 2,300 millones de pesos. Una cifra que encaja demasiado bien, pero que no abonará en lo más mínimo en controlar la violencia, en regresarnos la paz.
Culiacán se desangra. Y la sombra que nos gobierna sigue sin aparecer.

La memoria es lo único que la impunidad no puede sepultar. Mientras ellos callen, nosotros hablaremos.

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