Por Enrique Corrales.-
El reciente despertar cívico de la juventud, manifestado con la iconografía del Sombrero de Paja, no es un fenómeno aislado, sino el cuarto y más disruptivo acto de una obra que se ha repetido en México. La juventud es, invariablemente, el agente de cambio y la vara de medición del fracaso de nuestras élites.
Para comprender la magnitud de la Generación Z, es esencial trazar la línea de evolución de la protesta, señalando el objetivo y el método de cada irrupción:
La generación del 68 luchó contra el Estado autoritario. Su método fue la ocupación física y el pliego petitorio, exigiendo derechos civiles fundamentales y la apertura del sistema.
La generación de la transición democrática, tuvo como objetivo central el sistema electoral con instituciones autónomas. Su método fue la organización ciudadana y la defensa organizada del voto, logrando sentar las bases de la alternancia y la transparencia electoral.
El movimiento #YoSoy132 tuvo como objetivo el monopolio mediático. Su método fue una mezcla de la calle y el uso estratégico de las redes sociales incipientes para exigir la democratización de la información.
La generación Z de la calavera y sombrero de paja, selevanta contra el sistema fallido en su totalidad: la inseguridad, la pobreza laboral y la falta de movilidad social. Su método es la horizontalidad digital y el uso de los símbolos de la cultura pop.
Lo que diferencia a este movimiento de sus predecesores es que ha completado la horizontalización de la política.
Mientras que el 68 luchó por abrir el espacio y la generación de los 90 por ganar la regla democrática, la Generación Z ha ido más allá: ha ignorado al intermediario. No necesitan a las élites ni a los medios tradicionales para saber que las cosas están mal; lo viven. No necesitan del permiso de un líder formal para organizarse; lo hacen mediante la viralidad. Se acabó el monopolio de la voz política.
Este es el dilema que enfrenta la clase política: al criminalizar a estos jóvenes y despreciar su lenguaje, solo demuestran pánico ante un adversario que no tiene rostro, no acepta cooptación y no responde a la lógica partidista. Es una confesión de su incapacidad para leer el México real.
El gran enigma es si el poder del software (la convocatoria digital) se mantendrá en el hardware (la masa crítica en las calles). Pero independientemente de la cifra final, el mensaje es claro: la juventud, con su valentía inherente, no está pidiendo un espacio en la mesa; está exigiendo que la mesa sea cambiada por completo.
La única respuesta seria es dejar de desacreditar la crítica y empezar a atender las deudas estructurales que este nuevo pulso generacional nos está poniendo de frente. El tiempo de la descalificación ha terminado.